En la Rumania de 1989, la muerte del dictador Nicolae Ceaușescu fue un hito mayúsculo para la sociedad y el futuro del país, después de dos décadas de un régimen socialista alineado con la Unión Soviética. Un hombre tiene recuerdos vívidos de una ejecución en la que fue protagonista para dar muerte a la pareja (el dictador y su esposa) que infundió terror en el país.
25 años después de ese episodio, Ionel Boyeru rememora su condición como soldado y las órdenes que le dieron para ser el verdugo de Nicolae Ceaușescu y su esposa horas después de un juicio sumarísimo como consecuencia de la Revolución rumana de 1989.
“Todavía me pongo nervioso con ésto. Son dos vidas que terminé. Es algo fuerte. En una guerra, está bien. Pero cuando matas a personas desarmadas, es más difícil. No le deseo esto a nadie, aunque mi trabajo sea matar gente”, cuenta Boyeru con un sentimiento profundo al recordar lo sucedido.
De hecho, el juicio y la posterior ejecución fueron de tal importancia para el país que los eventos se televisaron y un documento en video quedó registrado para la posteridad. La rapidez ni siquiera permitió al camarógrafo oficial hacer las tomas y sólo se observan los cuerpos sin vida.
Boyeru recuerda que el dictador y su esposa parecían todavía muy enamorados y de hecho solicitaron morir juntos, pese que la condena había sido que las ejecuciones debían ser por separado. El soldado accedió a la petición como último deseo y señala que fue algo rápido: “Les disparé muy rápido. Creo que les ayudé a morir con dignidad”.
La vida después de las ejecuciones
Ionel Boyeru asegura que si bien la muerte de dos personas de esa forma no le agradó para nada, el significado de la desaparición de Nicolae Ceaușescu fue una bendición para Rumania, que había atravesado años de dificultades por el régimen totalitario, pobreza y acciones brutales contra la sociedad.
“Mi abuelo era sacerdote, liberal y había estado en prisión gran parte de su vida. Estaba muy feliz después de esos eventos, feliz de que el régimen había caído, de que Ceaușescu había muerto. Y me dijo: no te preocupes, yo tomaré tus pecados“, rememora el verdugo del dictador rumano.
Boyeru, envuelto en los recuerdos conflictivos de aquel entonces, destaca: “Los soldados lloraban de felicidad, la gente que en algún momento parecía estar de acuerdo con el régimen también explotó de alegría. Tomamos nuestro licor escondido, un whisky realmente muy malo, y brindamos“