La masacre del jueves, en la que también murieron decenas de civiles afganos, ha aislado aún más a Biden de sus aliados mundiales y nacionales. Muchos han criticado la rapidez de la retirada y la insistencia del presidente en un plazo del 31 de agosto que muchos consideran artificial.
El atentado fue un momento señalado para Biden, en parte porque ha estado en el centro de las decisiones de política exterior y seguridad nacional de Estados Unidos durante décadas. Como presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado y como vicepresidente del presidente Barack Obama, ha estado presente en la mesa de algunos de los triunfos y dificultades más importantes de la historia reciente.
Apoyó las invasiones de Afganistán e Irak, aunque luego dijo que esas guerras fueron un error. Argumentó sin éxito contra la ampliación de la guerra en Afganistán ordenada por Obama en 2009, diciendo que el conflicto había llegado a su fin. Estaba en la sala con Obama cuando supervisaron la misión que mató a Osama bin Laden, después de que él expresara fuertes dudas sobre los riesgos de la operación.
Hasta el jueves, Biden siempre había desempeñado un papel secundario en el firmamento de la seguridad nacional. Ahora el Presidente, al que le gusta terminar sus discursos con las palabras “Que Dios proteja a nuestras tropas”, debe explicar cómo una misión que había ordenado pudo terminar tan mal tan rápidamente.